martes, 28 de marzo de 2023

GÓMEZ MILLÁN, Hermanos

 José Gómez Otero, hijo de José y María Dolores, nació en el seno de una familia trianera en el año 1845. Destinado a un destino singular, fue el único superviviente de nueve hermanos, todos ellos lamentablemente fallecidos en la infancia.

Sus primeros pasos en la senda del conocimiento lo llevaron a completar con éxito sus estudios como maestro de obras en Sevilla, culminando este periodo formativo en el año 1868. Sin embargo, su incansable búsqueda de la excelencia le impulsó a obtener el codiciado título de arquitecto en la prestigiosa Escuela de Madrid en el año 1872.

Su consagración como arquitecto se vio coronada por la Real Orden de 30 de octubre de 1875, que le nombró arquitecto titular de los Reales Alcázares. Este ilustre cargo lo desempeñó con distinción y dedicación inquebrantable hasta su merecida jubilación en el año 1920.

A lo largo de su destacada carrera, su talento y dedicación no pasaron desapercibidos, siendo galardonado con la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica en 1893. Además, en 1896, ingresó como numerario en la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, lo que subraya su relevancia en el ámbito de las artes y la arquitectura.

El legado de José Gómez Otero se extiende más allá de sus logros académicos y profesionales, ya que fue un devoto padre de trece hijos. Destaca el hecho de que tres de ellos siguieron sus pasos como arquitectos, y una de sus hijas contrajo matrimonio con el destacado arquitecto Aníbal González. Asimismo, el árbol genealógico de la familia Gómez Otero se enriqueció con la aportación de un hijo de Antonio, quien también siguió la senda de la arquitectura, siendo un fenómeno único en España: tres hermanos arquitectos de una misma estirpe.

Entre las obras más notables de José Gómez Otero, resaltan creaciones que se han convertido en emblemas arquitectónicos de su época. Algunas de ellas incluyen la colaboración en la casa del Conde de Aguiar, en la Puerta de Jerez, en la que trabajó codo a codo con Espiau y de la Cova en 1891. También se destaca la casa construida para P. P. Marañón, ubicada en Jesús del Gran Poder (1901), así como la desaparecida Hacienda de Santa Teresa de Buenavista, en Camas (1904). Por último, pero no menos importante, figura la casa en la calle Reyes Católicos, número 11 (1904).

José Gómez Otero, con su excepcional habilidad y legado duradero, dejó una huella imborrable en la historia de la arquitectura española. Su vida y obra siguen siendo un testimonio inspirador para las generaciones venideras de arquitectos y amantes de las artes.

José Gómez Millán, el primogénito de José Gómez Otero, nació en Sevilla en el año 1878 y murió en la misma ciudad en 1962, a la edad de 82 años. Si bien su carácter era de una discreción destacable, se le distinguía por su amabilidad innata. Además de su profundo interés por la arquitectura, José tenía una pasión por la música que enriquecía su vida cotidiana. Su círculo social no carecía de importancia, y su participación activa en el Ateneo sevillano, donde incluso ejerció la presidencia en 1923, era un testimonio de su compromiso con la cultura. Entre sus amistades, brillaba con luz propia el famoso pintor Joaquín Sorolla.

Su formación, la base de su ilustre carrera, comenzó en el desaparecido Colegio de San Ramón. La culminación de sus estudios tuvo lugar en 1903, cuando obtuvo su título de arquitecto en la prestigiosa Escuela de Arquitectura de Madrid. Tras completar su formación, se unió al estudio de su padre, continuando su legado. Tras el fallecimiento de su progenitor, asumió el cargo de arquitecto de los Reales Alcázares, consolidando su posición como el hijo más cercano y comprometido de José Gómez Otero.

En su vida personal, contrajo matrimonio con María Luisa Gener Calderón, con quien compartió la alegría de la paternidad y, en particular, vio a dos de sus hijos seguir sus pasos como arquitectos: Manuel y Jaime.

José Gómez Millán también desempeñó un papel crucial en la educación, siendo catedrático de Dibujo, Estereotomía y Construcción en la antigua Escuela de Aparejadores, Artes, Oficios y Peritos Industriales.

El legado arquitectónico de José Gómez Millán es notable, y sus obras destacan como hitos en la historia de la arquitectura sevillana. Algunas de las más sobresalientes incluyen:

  • La casa unifamiliar para D. Ildefonso Marañón, ubicada en Marqués de Paradas, número 47 (1912-1914).

  • La creación del Hospital Victoria Eugenia de la Cruz Roja (1923-1924).

  • La contribución a la construcción de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos.

  • La concepción del Colegio Mayor Hernando Colón en 1948.

  • La colaboración junto a su hermano Aurelio en la edificación del edificio regionalista del teatro Reina Mercedes (Coliseo España), construido entre 1925 y 1930.

  • La autoría compartida con su hermano en la edificación del edificio de esquina en la plaza Puerta de Jerez-Almirante Lobo (1928-1931).

  • El diseño de la esquina formada por las calles Sierpes y Jovellanos para los Almacenes "El Águila".

José Gómez Millán acumuló merecidos reconocimientos a lo largo de su carrera, como el nombramiento de Caballero de la Orden de Isabel la Católica en 1914 y su ingreso en la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría en 1921, ocupando la vacante de su padre. Además, ejerció como decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Andalucía Occidental, Badajoz y Canarias, consolidando su influencia en el ámbito arquitectónico.

Hoy, en la ciudad de Sevilla, una calle perpetúa la memoria de este distinguido arquitecto y hombre de cultura, recordándonos su contribución perdurable al patrimonio arquitectónico y cultural de la región.

Antonio Gómez Millán, una figura destacada en el mundo de la arquitectura, nació en Sevilla en el año 1883 y murió en la misma ciudad en 1956, a la edad de 73 años.

Su camino en la arquitectura comenzó con una formación sólida en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde obtuvo su titulación en 1908. Durante su tiempo en la capital española, cultivó una amistad que dejaría una huella perdurable en su vida y carrera: la que compartió con el eminente arquitecto sevillano José Espiau y Muñoz.

En sus primeros pasos en el ámbito profesional, Antonio se unió a la Diputación Provincial en 1912, donde desplegó su talento hasta 1930. Durante este periodo, concibió una de sus obras más significativas, la Casa de Niños Expósitos en la Huerta de San Jorge, que destaca como un testimonio perdurable de su destreza arquitectónica.

Simultáneamente, Antonio Gómez Millán ejerció la arquitectura en el ámbito privado, donde se distinguió por su destacada labor en la restauración del Teatro Romano de Mérida y otras obras destinadas a la conservación del patrimonio nacional. Su excelencia en esta área le valió el honor de ser nombrado académico, reconociendo así su contribución al patrimonio cultural de España.

En su estudio de arquitectura, compartió su pasión y conocimientos con su hijo Jesús, quien también abrazó la profesión. Tras su partida en 1956, Jesús continuó y concluyó las obras que su padre había emprendido, asegurando la continuidad del legado arquitectónico de la familia Gómez Millán.

El impacto de Antonio en la arquitectura sevillana se manifiesta a través de aproximadamente cincuenta edificaciones regionalistas que diseñó en Sevilla. Su estilo arquitectónico se caracteriza por su diversidad, reflejando influencias que van desde el modernismo hasta el eclecticismo, el historicismo y el clasicismo. Su enfoque era dinámico y versátil, mostrando una predilección por la variación en sus obras, tanto en términos de estructura como de ornamentación. A veces optaba por una ornamentación rica y minuciosa, mientras que en otras ocasiones abrazaba la sobriedad y el modernismo.

Antonio Gómez Millán, un distinguido arquitecto cuyo nombre se inscribe en la historia de Sevilla, nació en la ciudad en 1883 y cerró su ciclo vital en el mismo lugar en 1956, a la venerable edad de 73 años.

Su formación lo llevó a la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde se graduó en 1908, un logro que sentó las bases de una carrera que dejaría una profunda huella en la arquitectura española. Durante su tiempo en Madrid, forjó una amistad sólida y duradera con el reconocido arquitecto sevillano José Espiau y Muñoz, una relación que influiría en su trayectoria profesional y creativa.

Antonio dio sus primeros pasos en la profesión al unirse a la Diputación Provincial en 1912, donde desempeñó un papel significativo hasta 1930. Durante este período, concebiría una de sus obras más trascendentales: la Casa de Niños Expósitos en la Huerta de San Jorge, un testimonio perdurable de su talento arquitectónico.

Simultáneamente, Antonio ejerció la arquitectura en el ámbito privado, destacando especialmente en la restauración del Teatro Romano de Mérida y en proyectos relacionados con la preservación del patrimonio nacional. Estas contribuciones significativas le valieron el honor de ser nombrado académico, un título que reconocía su destacada labor en la conservación del legado cultural de España.

En su estudio de arquitectura, compartió su pasión y conocimientos con su hijo Jesús, también arquitecto. Tras su partida en 1956, Jesús continuó y completó las obras que su padre había iniciado, asegurando así la continuidad del legado arquitectónico de la familia Gómez Millán.

La carrera de Antonio Gómez Millán se caracterizó por su prolífica producción, con aproximadamente medio centenar de edificios regionalistas en Sevilla como testimonio de su destreza y creatividad. Su estilo arquitectónico se destaca por su diversidad, reflejando influencias que abarcan desde el modernismo hasta el eclecticismo, el historicismo y el clasicismo. Se trataba de un arquitecto apasionado por la variedad en sus obras, mostrando poca preocupación por la repetición de esquemas o modelos, lo que se traducía en una diversidad que abarcaba incluso la ornamentación, que podía ser rica y minuciosa en algunas obras y sobria y modernista en otras.

Antonio Gómez Millán no solo fue un arquitecto consumado, sino también un defensor y promotor activo de la cultura. Fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, lo que le otorgó la oportunidad de formar parte de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia de Sevilla.

Su compromiso con la cultura se extendió a su participación en el Ateneo desde 1911 hasta 1937, donde desempeñó un papel crucial como presidente de la sección de ciencias y sus aplicaciones entre 1925 y 1927. Además, mantuvo una estrecha relación con el Patronato del Museo de Bellas Artes.

Antonio Gómez Millán también dejó su huella en el ámbito de la arquitectura como primer decano-presidente del Colegio de Arquitectos de Andalucía, Canarias y Marruecos desde 1931 a 1933, repitiendo en este cargo de gran responsabilidad de 1935 a 1937. Su liderazgo y dedicación contribuyeron en gran medida al desarrollo y la promoción de la arquitectura en la región. Su legado perdura como un faro en el horizonte de la arquitectura sevillana y española, una figura insustituible cuya influencia y contribuciones continúan enriqueciendo el patrimonio cultural de España.

Aurelio Gómez Millán, un ilustre arquitecto nacido en Sevilla en 1898 y cuyo legado perduró hasta su fallecimiento en la misma ciudad en 1991, a la respetable edad de 92 años, dejó una huella imborrable en el mundo de la arquitectura y la sociedad sevillana.

Aunque nunca ostentó ningún cargo público del que percibiera un sueldo, poseía la singular habilidad de mantener con solvencia los gastos de su numerosa familia, demostrando una preocupación especial por la educación de sus hijos. Este hecho revela su dedicación a su rol de padre y proveedor.

Aurelio contrajo matrimonio con Pilar Sánchez-Terreros, y de esta unión nacieron ocho hijos, de los cuales tres se dedicaron a la medicina y dos siguieron sus pasos como arquitectos, continuando así la tradición familiar en ambas disciplinas.

Su espíritu inquieto lo llevó a explorar tierras extranjeras en compañía de su esposa, recorriendo Francia, Italia y Portugal. La arquitectura italiana, en particular, dejó una profunda impresión en él y marcó significativamente su estilo historicista. En España, conservaba gratos recuerdos de ciudades como Barcelona, Valencia, Cáceres y Mérida, y su amor por la arquitectura se reflejaba en numerosas visitas a lugares como Huelva, Cádiz, Córdoba, Granada y Málaga.

Su formación se forjó en el Colegio de San Ramón, donde estudió bachillerato, siguiendo los pasos de sus hermanos. Posteriormente, continuó su formación en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde obtuvo su título en 1922.

La etapa profesional de Aurelio Gómez Millán se desarrolló en un período marcado por la Dictadura de Primo de Rivera y el auge de la construcción en la recta final de la Exposición Iberoamericana. Durante esta época, la arquitectura regionalista predominaba, basada en un historicismo ya en decadencia. Sin embargo, a pesar de este contexto, Aurelio demostró una visión vanguardista que lo diferenciaba de sus contemporáneos.

Sevilla experimentaba un rápido crecimiento y la necesidad de viviendas propició el surgimiento de nuevos núcleos urbanos en la década de los treinta. A pesar de ello, se buscaba preservar el encanto de la Sevilla clásica.

En ese momento, sus hermanos José y Antonio ya habían acumulado veinte y quince años de experiencia, respectivamente. José era presidente del Ateneo y Antonio ocupaba el puesto de arquitecto titular de la Diputación. Además, su cuñado, Aníbal González, era arquitecto-jefe de la Exposición Iberoamericana, cuya construcción había sido aplazada en varias ocasiones. La escasez de profesionales de la arquitectura en comparación con la creciente demanda de proyectos le aseguraron a Aurelio una sólida clientela desde el principio de su carrera.

Sus primeras obras, como la Colonia de Periodistas de San Bernardo (1923) y el teatro-cine Coliseo España (1924-1931), recibieron una amplia difusión en la prensa, consolidando su reputación como arquitecto destacado.

Aurelio Gómez Millán también colaboró estrechamente con su cuñado Aníbal González en el proyecto de la Plaza de España, aportando su valioso conocimiento cuando la construcción estaba en su fase final.

Entre sus logros más notables se encuentran los pabellones Domecq, Cruz del Campo y Osborne (1928), encargados para la Exposición Iberoamericana de 1929.

Además, durante su tiempo en Madrid, estableció una amistad duradera con Gabriel Lupiáñez Gely, quien se convirtió en su colaborador en diversos proyectos, incluido el concurso del mercado de la Puerta de la Carne. Este fue el único arquitecto que no formaba parte de su familia con el que colaboró en su carrera.

El legado de Aurelio Gómez Millán fue reconocido con diversos galardones, como la Medalla de Oro otorgada por el Jurado de Recompensas de la Exposición Iberoamericana de 1929 por el Pabellón de la Cruz del Campo, así como el Diploma de Honor por el Pabellón Domecq. En 1976, la Hermandad del Cachorro le concedió la Medalla de Oro en reconocimiento a sus "extraordinarios méritos y labor desarrollada en pro de la cofradía". Además, en 1985, la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría le otorgó la Medalla de Oro en conmemoración de sus bodas de oro como miembro numerario de la institución.

La memoria de Aurelio Gómez Millán perdura en la historia de la arquitectura y la cultura de Sevilla, dejando un legado de obras impresionantes y un impacto duradero en su comunidad.


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