Melchor Cano, distinguido arquitecto y urbanista, nació Madrid en el año 1794 y murió en Sevilla en 1842 a los 48 años de edad. Fue Sevilla ciudad que se convertiría en el epicentro de su destacada carrera profesional.
Familia: En lo que respecta a su ámbito familiar, Melchor Cano contrajo matrimonio con Águeda de la Peña, hija del renombrado arquitecto madrileño, Manuel de la Peña y Padura. De este enlace, nació su único vástago, Eduardo Cano de la Peña, un pintor romántico historicista de renombre, quien dejó una huella artística en Sevilla.
Formación. La formación de Melchor Cano fue forjada en las primeras promociones de la Academia de San Fernando, la cual había sido reestructurada tras el retorno de Fernando VII. Fue aquí, a la temprana edad de doce años, donde dio inicio a su formación en el arte de la arquitectura. Su incansable dedicación le llevó a obtener su título de arquitecto en el año 1819.
Inicios profesionales: Sus primeros pasos en la profesión lo llevaron a participar en el concurso convocado en 1821 para erigir un monumento en memoria de la jura de la Constitución por el Rey. Durante su estancia en Madrid, estableció vínculos estrechos desde su juventud con arquitectos de la generación de los discípulos de Juan de Villanueva, como el destacado Manuel de la Peña y Padura, un arquitecto de estilo neoclásico de la Academia. Este lazo se fortaleció aún más cuando contrajo matrimonio con su hija Águeda de la Peña en el año 1823.
Estancia en Sevilla: El traslado de Melchor Cano a Sevilla se debió a la determinación del cabildo municipal de nombrar por primera vez a un miembro de la Real Academia de San Fernando o de la de San Carlos de Valencia para ocupar el puesto de arquitecto mayor, como estipulaban diversos decretos. Este nombramiento se concretó en el cabildo del 9 de enero de 1826. En poco tiempo, también ostentó los títulos de arquitecto de su Real Consulado, del Cabildo Eclesiástico y Dignidad Arzobispal, y del Real Patrimonio. Este conjunto de responsabilidades le otorgó a Melchor Cano el papel principal en todas las obras y transformaciones que marcarían la etapa final del período fernandino en Sevilla.
En sus primeros años en la ciudad, Melchor Cano se centró en proyectos de saneamiento, abordando las deficiencias estructurales que arrastraba desde la época en que las había denunciado Pablo de Olavide. Destacó por la construcción del almaciguero municipal en la desembocadura del Tamarguillo, posteriormente transformado en el Jardín de las Delicias de Arjona y en los Jardines de Cristina. Estos hitos se conectaron a través del acondicionamiento del camino natural, que se convirtió en el paseo de la Bella Flor.
Además de embellecer la zona y realzar sus valores paisajísticos, esta obra proporcionó una solución técnica para elevar las cotas del terreno, superando así las inundaciones del Guadalquivir. El derribo del tramo de muralla que unía la Torre de la Plata con la Torre del Oro permitió abrir paso al Arenal y enlazar con el Patín de las Damas. La plantación de alamedas y la construcción de arrecifes gradualmente transformaron la apariencia de la ciudad.
Gran parte de las modificaciones urbanas y arquitectónicas de Sevilla las llevó a cabo en colaboración con el Asistente de Sevilla, don José Manuel Arjona y Cuba, lo que le valió un prestigio significativo en su campo. Como arquitecto, diseñó el proyecto para la construcción del mercado de la Encarnación. Tras el fallecimiento de Arjona en 1833, continuó ejerciendo como arquitecto municipal hasta 1840.
En su papel como arquitecto del cabildo catedral y del arzobispado, Melchor Cano dirigió las obras de la puerta de poniente, la fachada norte y el gran ventanal que ilumina la nave central de la santa iglesia. También estuvo al frente de las obras en las parroquias de San Ildefonso y de la Magdalena, diseñando el altar mayor de la desaparecida iglesia de San Miguel, así como un retablo para la iglesia de San Roque.
En su rol como arquitecto del Real Patrimonio, transformó por completo la fachada de los Reales Alcázares que daban al Patio de Banderas, adecuándolas a las habitaciones de los infantes. Además, construyó almacenes de granos y aceites frente a la Torre del Oro.
Su compromiso con la enseñanza y su afán por compartir conocimiento lo llevaron a vincularse a la Academia de Nobles Artes en 1827, donde eventualmente asumió el cargo de director de Geometría Práctica.
El legado de Melchor Cano en la arquitectura y el urbanismo de Sevilla perdura como un testimonio de su maestría y dedicación incansable, marcando un capítulo imborrable en la historia de la ciudad andaluza.
Autor: Feliciano Robles
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